
Es casi matemático: en esta época de fakes, blufs y patrañas omnipresentes, donde cada media hora parece nacer una figura artística que es lo más de lo más y blablabá pero solo es más de lo mismo, cuando se habla mucho de alguien suele ser sinónimo de poca cosa, mucho ruido y más nueces aún. Después de su actuación este jueves en Ses Voltes dentro de la programación musical del 15º Atlàntida Film Fest queda confirmado: Metrika y Nusar3000 no pertenecen a esa categoría. Vaya dos bolacos que vimos.

La castellonense de 21 años Metrika (Thais Amores García) era uno de los nombres más destacados de la programación musical, y ocupa desde ya la pole position de sorpresa del festival. Su discurso y tesituras hipersexuales en esencia pueden no sorprender a nadie y, obviamente, conectan con las médulas de las audiencias más jóvenes (“público Mad Max” dijo alguien muy certeramente y sin querer ser avieso), pero es que la hyperfrontwoman y su cuerpo de baile ofrecieron mucho más. Redondísima su actuación, por encima de todo debido a una potentísima y muy trabajada puesta en escena. El guion interno de las coreografías y su engarce con la actuación general fueron entre buenas y excelentes. Es más, aunque todo el discurso lenguaraz entrepiernil suene canónico, las maneras en el escenario, flow y personalidad de la intérprete revalorizaron ese mismo discurso porque lo hizo encajar y estallar de manera modélica. Y fundamental para todo ello, el sonido: atronó. A veces sucede que cuando un repertorio musical suena mejor en directo que en estudio no es un demérito, sino una virtud. Ítem más complementario: geniala en sus zurras al sector mandril de la comunidad rapera.
El concierto de Nusar3000 se inició con una media de edad por lo menos veinte años mayor que la de Metrika. Su propuesta unió lo ancestral y futurista frente a un público entregado e hipnotizado por el baile de máscaras y beats. El concierto fue una descarga eléctrica que atravesó geografías y épocas, fusionando raíces y futuros posibles. Desde los primeros compases,el directo se mostró como un viaje sin pasaporte, donde ritmos norteafricanos, flamencos y cumbieros se trenzaban con cadencias electrónicas y retazos del folclore mediterráneo. No era solo un concierto, era un ritual contemporáneo de exploración cultural.
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